El uso de la tecnología crece de manera sostenida, luego del punto de inflexión que supuso la pandemia. En promedio, las personas pasan unas siete horas por día conectadas. Es decir que casi la mitad de su jornada diurna está pendiente de un celular o de cualquier otro tipo de pantalla.
Es claro el mundo de posibilidades que ha abierto la tecnología para la educación, los encuentros y la capacidad de llegar a mundos o sitios que no se conocerían de otra manera. Sin embargo, los especialistas hace tiempo que hablan de los riesgos y de la desconexión que esta hiperconexión conlleva.
Sin entrar en la prohibición de pantallas para los menores de dos años ni en las dificultades de atención que, por este motivo, tienen los más chicos, es importante observar cómo el uso excesivo de dispositivos afecta negativamente la calidad de vida. En primer lugar porque le quita tiempo y hasta energía a otro tipo de experiencias o conexiones vitales que son clave para el desarrollo.
Situaciones cotidianas y modos de enfrentarlas
Además de las consecuencias a nivel vincular que implican que en muchos casos las personas estén aisladas pese a compartir el mismo espacio, existen dificultades relacionadas con la atención y la eficacia en el trabajo. Es que la web suele distraer no solo con información poco relevante sino que las notificaciones atentan contra la continuidad de una tarea durante más de media hora.
En este contexto, uno de los peligros de las pantallas tiene que ver con que llevan a perder tiempo y profundidad. Todo queda en la superficie. Pero no se trata del único riesgo que puede traer el exceso de tiempo en compañía del celular o la notebook.
Por un lado, también está el incremento de la ansiedad que tiene que ver con una patología en la que la persona es adicta a la novedad. Se trata de FOMO (Fear of missing out o temor a perderse algo) y es una manera de correr tras lo que está afuera sin que se sepa bien para qué. Es una sensación de urgencia e instantaneidad que siempre pide más y genera malestar.
Por último, entre las diversas dificultades que pueden traer la hiperconexión se encuentra el escapismo. Es decir, estar tan atados a lo que el celular impone desde afuera que las personas olvidan prestar atención a su propio mundo interno. Esta desconexión con uno mismo también atenta contra la creación de intimidad con otras personas así como con la pérdida de momentos que, como el tiempo, no regresan.
En este contexto, los especialistas apuntan a un uso racional de las pantallas que no pasa ni por demonizarlas ni por idolatrarlas. Se trata, en cambio, de valorar todo su potencial, ser protagonistas y dueños de nuestros celulares en lugar de sus esclavos. También se pueden establecer estrategias como evitar notificaciones a partir de determinada hora o directamente no responder mensajes que están fuera de horario.
Darnos cuenta, además, si hemos creado una dependencia con nuestras pantallas así como atrevernos a reconocer que la excesiva exposición a nuestras pantallas genera distracción. Estado que conspira contra nuestra comunicación, concentración y productividad, también son pasos clave para comenzar a alejar los peligros de
Fuente: La Nación