La Organización Mundial de la Salud (OMS) expresa en sus documentos que la prevalencia del sobrepeso y la obesidad han aumentado considerablemente en los tres últimos decenios y que, por este motivo, “la obesidad es uno de los retos sanitarios más graves del siglo XXI”.
En este contexto, el organismo estima que en todo el mundo hay unos 170 millones de menores de 18 años con sobrepeso, al tiempo que alerta que en algunos países el número de niños con sobrepeso se ha triplicado desde 1980. Esta situación, tiene y tendrá graves consecuencias sanitarias.
Aunque el sobrepeso en niños y niñas es multicausal, uno de los motivos más difundidos –agravados a partir de la pandemia- tiene que ver con las malas rutinas de sueño ya que dormir poco o mal puede incidir en el aumento de peso.
Es que el mal sueño hace que baje la liberación de las hormonas que intervienen en el control de la saciedad (leptinas) al mismo tiempo que aumenta la cantidad hormonas gastrointestinales identificadas como un potente regulador de la alimentación y el centro de peso corporal.
Estas dos sustancias son parte activa, junto con la insulina, en la regulación del centro del apetito del cerebro. También favorecen en cierto modo, un mayor gusto para las comidas dulces.
De este modo, el mal dormir influye en el incremento del peso a largo plazo. Un estudio realizado en 2021 por la revista “Nature and Science of Sleep” concluyó que la corta duración del sueño aumentaba el riesgo de diabetes en casi 60 % y de obesidad en 48 %.
Las rutinas familiares
Los especialistas insisten en la importancia de adquirir buenos hábitos de sueño, además de los alimenticios y de los relacionados con el movimiento diario o la actividad física. Además, explican que es la familia, y fundamentalmente los padres, quienes deben estar atentos a la mejora de las buenas costumbres a la hora de dormir; desde la primera infancia.
En la población infantil y adolescente, tanto la mala calidad como las pocas horas de sueño son una causa probada de sobrepeso y obesidad. Por este motivo, la recomendación es que la población escolar duerma entre 9 y 11 horas diarias y que los preescolares lo hagan un poco más: entre 11 y 13 horas por día.
Dormir menos de esas horas no solo incide el rendimiento en la escuela sino que también favorece el sedentarismo ya que, al estar cansados, los más chicos no sienten deseos de realizar actividad física. Esto, por no mencionar la disrupción en la secreción de las hormonas que participan en la regulación del hambre y saciedad.
Así, aunque la escuela o el sistema sanitario pueden funcionar como apoyo, es la familia la principal responsable en la adquisición de buenos hábitos de sueño de las infancias. Para ello, una clave es mantener rutinas de sueño y vigilia que contribuyan a regular y a fortalecer el funcionamiento del reloj biológico. Si se practica desde los primeros años de vida, tendrá un impacto en la calidad de sueño de la vida adulta.
Fuentes: El País Y OMS.