Entre 2020 y 2030, el porcentaje de habitantes del planeta mayores de sesenta años aumentará un 34 %; según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que plantea que uno de los retos más importantes de todos los países es que sus sistemas sociales y sanitarios estén preparados para hacerse cargo de este cambio demográfico.
Es que para 2050, la cantidad de personas mayores –y por primera vez en la historia- será superior a la de quienes tienen entre 15 y 24 años. Con el objetivo de tomar consciencia sobre este proceso de envejecimiento poblacional, hoy se celebra el día de la ancianidad.
En este sentido, la OMS hace hincapié en la importancia de tener hábitos saludables desde edades tempranas con el objetivo de llegar a lo que se denomina ancianidad; aunque este término parece cada vez más alejado de quienes cumplieron más de 60.
Así, es clave seguir una dieta equilibrada, realizar actividad física con regularidad y no fumar; como bases para disminuir el riesgo de enfermedades no transmisibles que suelen llegar con los años como diabetes, dolores de espalda o cuello, dificultades en la movilidad, neumopatías obstructivas crónicas y osteoartritis; entre otras.
Se trata de costumbres conocidas por muchos pero que son poco llevadas a cabo por las mayorías; en contextos de dificultades socioeconómicas y modificaciones de vida relacionadas al sedentarismo de la modernidad.
Sin embargo, es clave tomar consciencia de que los mencionados hábitos son solo los principales o básicos para contribuir a mejorar la capacidad física general así como la mental.
En este punto, también se trata de retrasar la dependencia de cuidados externos; uno de los mayores temores de las personas mayores por todo lo que ello implica a nivel económico, emocional y de la organización familiar; entre otras cuestiones que no solo afectan al adulto mayor sino también a quienes lo rodean.
El contexto emocional en la vejez
La OMS define al envejecimiento como “el resultado de la acumulación de una gran variedad de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo, lo que lleva a un descenso gradual de las capacidades físicas y mentales, a un mayor riesgo de enfermedad y, en última instancia, a la muerte”.
En este punto, la misma Organización aclara que este tipo de cambios no son lineales y que las diferencias entre un modo de envejecer y otro no tienen que ver con la suerte sino con los mencionados hábitos, más allá de que puedan existir afecciones de tipo genética o hereditarias.
El contexto emocional de quienes envejecen no es menor ya que en esta etapa también aparece la jubilación con sus consiguientes cambios de vida, la partida de los hijos, el cambio de casa por otra y el fallecimiento de amigos, parejas o allegados; lo que impacta notablemente en el entorno de las personas.
Y esto, claro, en países o en clases sociales que pueden ocuparse de estas cuestiones en un contexto en que más de la mitad de la población mundial “vieja” vivirá en países en vías de desarrollo o en condiciones de pobreza; según cálculos de la OMS.