La incontinencia urinaria, definida como la pérdida involuntaria de orina, es una condición más común de lo que solemos pensar. Se estima que 1 de cada 4 adultos mayores de 40 años padece esta patología y apenas el 45% lo consulta con un profesional, lo que significa que más de la mitad de los afectados ocultan su situación y no buscan ayuda, a pesar de la existencia de tratamientos.
La incontinencia urinaria se clasifica principalmente en dos tipos: la incontinencia de esfuerzo y la incontinencia de urgencia. La primera se caracteriza por la pérdida involuntaria de orina durante actividades que aumentan la presión abdominal, como levantar objetos pesados, saltar o reír. Por otro lado, la incontinencia de urgencia se refiere a una necesidad intensa e incontrolable de orinar que no puede posponerse, resultando en una pérdida de orina. Esta última está muy asociado con el “síndrome de la llave”, un fenómeno en el que la urgencia de orinar se incrementa cuando uno está llegando a casa y aumenta aún más al sacar las llaves para entrar. También puede verse exacerbada por el contacto con agua fría y puede ser un síntoma predominante en condiciones neurológicas como la enfermedad de Parkinson y el Alzheimer.
La incontinencia urinaria de esfuerzo es más común en mujeres que en hombres, con una proporción de tres a uno. Aunque puede presentarse en todas las edades, no es exclusiva de las personas mayores. Sin embargo, su prevalencia aumenta con la edad.
TRATAMIENTOS DISPONIBLES
Con el diagnóstico del tipo de incontinencia y la evaluación de la historia clínica del paciente, acompañada de un examen físico, se pueden determinar los diferentes abordajes de tratamiento para corregir y mejorar la calidad de vida, sólo en caso de ser necesario. Es recomendado un enfoque de atención escalonado, que avance desde las acciones menos invasivas (modificación del comportamiento, kinesiología de piso pélvico, etc.) a las más invasivas (cirugías) en caso de no responder a los tratamientos de primera línea.
Las opciones de tratamiento pueden incluir cambios de hábitos, kinésicas, farmacológicas, conductuales o, eventualmente, quirúrgicas. Sin embargo, existen pacientes que son refractarios al tratamiento, especialmente en casos de incontinencia urinaria de urgencia. Muchos pacientes, incluso después de recibir múltiples medicamentos y tratamientos con botox en la vejiga, no logran alcanzar la continencia debido a esta patología. En estos pacientes, no todo está perdido. Aunque estos procedimientos pueden resultar insuficientes, lo que puede llevar al paciente a abandonar el tratamiento o tener una baja adhesión al mismo, existen alternativas. “En estos casos, podemos recurrir a técnicas muy novedosas como la neuromodulación. Estas nos demuestran que tenemos más opciones para tratar a estos pacientes y aumentar su calidad de vida”, afirma el Dr. Christian Cobrero, director médico en IUBA, coordinador de urología en Sanatorio Finochietto y presidente de la Asociación Latinoamericana de Piso Pélvico.
La terapia de neuromodulación sacra es un tratamiento ya probado en todo el mundo que utiliza estímulos leves para reestablecer el funcionamiento del sistema miccional. Además, resulta muy útil para corregir trastornos evacuatorios en coloproctología. Este tratamiento consta de una fase de evaluación en la que se busca detectar una mejora sintomática mínima del 50%, lo cual permitirá proceder con el implante definitivo.
“La neuromodulación sacra es una terapia segura, reversible y de eficacia comprobada”, afirma el Dr. Cobreros. “En la actualidad, es la única opción que permite a los pacientes que no toleran la medicación, o que no desean o son refractarios al botox intravesical, lograr una mejora significativa en su calidad de vida. También está indicada para pacientes con detrusores (músculo de la vejiga) que presentan contracciones insuficientes, ayudando a corregir este defecto”.
PACIENTES
Es importante destacar que la incontinencia urinaria tiene un impacto profundo en la calidad de vida de quienes la padecen, generando gastos directos e indirectos, así como intangibles como el dolor, sufrimiento y disminución de la calidad de vida relacionada con la enfermedad. Además, puede generar depresión, limitar la capacidad laboral y la vida social, alterar las actividades diarias y aumentar el riesgo de infecciones urinarias, caídas y fracturas.
Sin embargo, muchos pacientes nunca consultan o lo hacen después de muchos años de haber vivido con síntomas o cuando estos se agravan. Las diversas opciones terapéuticas disponibles pueden mejorar significativamente la calidad de vida del paciente y se administran en forma escalonada, desde las más conservadoras hasta las más avanzadas, dependiendo de la gravedad de la condición y la respuesta del paciente al tratamiento.
“No es una condición que debamos naturalizar en nuestra vida debido a que es un problema médico para el cual existen soluciones efectivas. La clave está en buscar ayuda, hablar abiertamente sobre el problema y explorar las diferentes opciones de tratamiento disponibles”, concluye, Christian Cobreros.
En relación con la conmemoración de esta efeméride que se celebra cada 14 de marzo, profesionales de la salud, instituciones médicas y organizaciones de pacientes manifiestan su necesidad de visibilizar y generar conciencia frente a este trastorno que suele ser un tabú social y produce en quienes lo padecen vergüenza al momento de hablar de la enfermedad. Al respecto, compartir testimonios y experiencias de pacientes es una de las claves para motivar y normalizar el habla de la condición en la sociedad.