La enfermedad del hígado graso es una de las más extendidas en la actualidad. Se estima que cerca del 40% de las personas adultas la poseen y que también afecta al 13% de la población infantil y adolescente.
Muchos llaman a esta dolencia como un enemigo o enfermedad silenciosa debido a que, cuando no es tratada, la persona puede padecer complicaciones diversas, con el cáncer de hígado como problemática principal y muy grave que muchos ignoran.
En este marco, diversos expertos han consensuado y propuesto que el nombre de hígado graso se cambie por “esteatosis hepática asociada a disfunción metabólica”. El motivo de la modificación tiene que ver con diversas estrategias para que tanto pacientes como médicos presten atención temprana a esta patología.
De este modo, no solo se evita la estigmatización de los pacientes sino que estos también llegan antes a un tratamiento temprano. La segunda motivación que llevó al cambio del nombre fue que se solía decir “hígado graso no alcohólico”, lo que también era estigmatizante para los pacientes.
Beneficios del cambio de nombre
El cambio de denominación, además, sirve para identificar más fácilmente los factores de riesgo que se dividen entre genéticos y modificables. Entre los últimos se destacan el sedentarismo, el consumo de alimentos procesados y azúcares, y la predisposición genética son los factores que aumentan el riesgo de desarrollar el trastorno del hígado graso.
Es que el hígado graso se vincula fuertemente con el síndrome metabólico, una dolencia que combina de manera riesgosa glucemia y presión alta con exceso de grasa corporal en la cintura así como altos niveles de colesterol.
Ambas dolencias van prácticamente de la mano y si antes se pensaba que el hígado graso provocaba el síndrome, investigaciones recientes alertan sobre la posibilidad de la dirección opuesta. Es decir que el síndrome provoque el hígado graso.
Es que cuando el hígado acumula grasa, se generan factores inflamatorios que promueven el desarrollo de las otras enfermedades asociadas, como diabetes e hipertensión, entre otras. De este modo, si se confirman estas hipótesis, el tratamiento del hígado graso serviría también para prevenir o tratar de manera indirecta algunas comorbilidades asociadas.
Prevención y diagnóstico
En este contexto, una manera simple de prevenir el surgimiento de esta enfermedad es el control de los niveles de azúcar y colesterol. En la misma línea, se recomienda una reducción gradual de peso así como la práctica de ejercicio físico de manera habitual debido a que el movimiento sirve para depurar, de algún modo el hígado.
Es que la prevención está va muy de la mano con el tratamiento del hígado graso que comienza con el cambio de alimentación, la actividad física y el control de los factores de riesgo como sobrepeso, hipertensión, glucemia y colesterol.
Solo un porcentaje pequeño de pacientes que presentan fibrosis o inflamación son derivados para tratamientos más específicos con especialista en hepatología. Como siempre, es importante realizar controles con el clínico y, si es necesario, acudir a los especialistas.
Fuente: Infobae