Es un clásico social, cultural y también mediático que, al sentir temperaturas más cálidas y ver que se acerca el inicio formal de la primavera; se comienza a pensar en los kilos ganados (o no perdidos) durante el invierno.
Y así como aparecen las promesas de dietas mágicas, muchas personas recurren a planes poco probados o vuelven a ideas con las que habían fracasado previamente con la ilusión de que, ahora sí, funcionará.
La psicóloga Romina Palma, docente de la Universidad Maza, con especialización en psicología bariátrica y obesidad y miembro del equipo multidisciplinario de la clínica Batric, explicó que la palabra dieta es, muchas veces, mal usada debido a que no se suele trabajar con un profesional dentro de un tiempo determinado y con un objetivo específico.
“Con un especialista y un objetivo medible, se puede realizar una dieta a sabiendas de que un día termina”, definió Palma al mismo tiempo que subrayó que –a la par de ese plan de alimentación- se trabaja sobre el cambio de hábitos a largo plazo ya que el verdadero desafío es mantener el cambio de peso y no solo bajar.
La psicóloga aseguró que las dietas siempre tienen un inicio, un final y un objetivo. Lo cual es clave ya que muchas personas se ponen en “modo dieta” sin siquiera saber cuánto pesan.
Otro error es no realizar la consulta pertinente y realizar esa dieta (una palabra que de por sí pesa) a partir de la supresión total del placer, de las harinas, de las cosas que disfrutamos comer.
Algo, por consiguiente, imposible de sostener en el tiempo y, de allí los “fracasos” y abandonos consecuentes. “Hay que ir contra estos sentimientos de malestar”, sostuvo la psicóloga quien también da talleres y es autora del libro Aspectos psicológicos de la obesidad.
“Un plan de alimentación tiene que ver con comer equilibrado, con nutrirse y con las conductas que tenemos hacia la comida”, comentó Palma.
En este sentido, es importante partir de la idea de que el alimento es una fuente de placer y no un extra en nuestras decisiones: no solo se come por hambre sino que existen diversos condicionamientos emocionales y sociales; por lo que es clave tener una mirada integral al respecto y, dentro de lo posible, un abordaje multidisciplinario (psicológico, nutricional y clínico).
Por este motivo, a la par de empezar una dieta específica y guiada, la especialista comentó que existen maneras de trabajar en el largo plazo y en las conductas habituales que requieren de un gran compromiso para el cambio pero que muestran los resultados más contundentes en el largo plazo.
El aprendizaje tiene distintas patas. Todas apuntadas a elevar la consciencia con el modo en que nos alimentamos. Por ejemplo, ver si comemos rápido o lento, si pasamos muchas horas sin ingerir alimentos, si almorzamos parados o frente a la computadora, si restringimos todo lo que nos gusta cuando hacemos dieta, si nos privamos de algo rico durante una fiesta o qué niveles de movimiento diario tenemos en nuestra vida.
Un primer paso es observar, responder esas preguntas y plantear objetivos reales a partir de la premisa de que los mismos pueden tardar un poco más pero vendrán de la mano de cambios sostenibles para no tener que volver a empezar de cero la próxima primavera.