Llámese síndrome de la cabeza quemada, agotamiento mental o burnout en inglés, esta enfermedad es motivo de sufrimiento de muchos docentes y educadores del país. Y es que no se trata simplemente de estrés, sino de un desgaste mental que lleva a las personas a cuestionarse muchos aspectos de su vida.
Manifestándose en etapas, no requiere de la asistencia física al aula, ya que el docente traslada sus preocupaciones al hogar. Por ello, si bien se había empezado a hablar de este síndrome en relación a la enseñanza en las instituciones, las aulas virtuales también son motivo de los dolores de cabeza docentes, y de la agudización de los mismos.
De acuerdo con Nancy Martínez, licenciada en Ciencias Pedagógicas, profesora y psicóloga (Mat.507 y Mat. 2886), a las expresiones de estrés que experimentaban los docentes, la imprevisibilidad de la pandemia, la falta de competencias digitales y el trabajo fuera de horario sumaron angustias y ansiedades que no les permiten vivir sanamente.
“El estrés ha sido un aliado del confinamiento, porque cada docente ha podido trabajar desde sus recursos internos y sus fortalezas. Lo positivo y sano es que los mecanismos de alarma se han activado y mandaron señales a nuestro cuerpo a través de la corporalidad y las emociones. Ahora bien, cuando ese estrés se transformó en algo desagradable, la persona empezó a padecer distrés, y eso es desadaptativo e insano. Las reacciones pasan a ser negativas, descontroladas y disfuncionales, llevando a experimentar agobio, aturdimiento, brutalidad, cansancio, caos, desborde, exceso fatal, insomnio, malestar, pesadumbre, padecimiento, sufrimiento, temores, vértigo”, detalló la profesional.
Según Víctor Quiroga, doctor en Psicología de la Universidad Nacional de Rosario e investigador del medio de divulgación Argentina Investiga, este síndrome tiene distintas fases, entre las cuales se manifiesta una de euforia, relacionada a la idealización de la profesión. Después, una de apatía y desencanto, y, alrededor de los nueve años, estancamiento, frustración y la posibilidad de abandonar el trabajo. “Luego hay una etapa de sintomatología en la que puede diagnosticarse la enfermedad”.
La agudización, al entender de Martínez, debe ser atendida por profesionales de la psicología, ya que pone a la salud del docente en riesgo: “cuando aparece la irritabilidad, el llanto, las confusiones, las equivocaciones, cuando aumenta la frustración hay que pedir ayuda a los especialistas. Cada docente está dando lo que puede, y necesita ser sostenido”.
¿Cómo prevenir o enfrentar el burnout?
Además de la consulta con algún psicólogo, de acuerdo a la licenciada, existen técnicas para hacer frente al síndrome de la “cabeza quemada”, entre las que figuran:
- Tomar una postura de cambio: ¿Elijo enfrentar o afrontar el estrés?
- Elegir gestionar los tiempos: ¿Qué es lo urgente y qué es lo importante?
- No desatenderse ni desatender el bienestar
- Aceptar el límite de lo que se puede y lo que no se puede hacer
- Considerar a las tecnologías como aliadas: ¿Uso la posibilidad de la tecnología para comunicarme en forma asincrónica? Es decir, el mensaje de un alumno puede llegar a las 00:00 porque él logró enviarlo acorde a sus recursos, pero yo puedo elegir cuándo responder
- Permitirse el disfrute, las emociones, la calma
- Elegir no vivir apresurados
- Crear un refugio de amparo: elegir escuchar música, leer, realizar alguna actividad artística o de relajación
- Vivir y no sobrevivir
- Cuidar al cuerpo: no abandonar tratamientos, realizar ejercicios de relajación, meditación
A tales estrategias, Quiroga suma el acompañamiento entre el equipo de trabajo, proponiendo un espacio que permita a los docentes hablar de los propios sentimientos, de las emociones, de las historias de vida: “Los problemas van a estar pero si hay confianza en el grupo, pueden afrontarse distinto”.